22 de octubre de 2015

Territorio Kawésqar: viaje en kayak por los canales de la Patagonia

Estamos en territorio kawésqar, el legendario pueblo de nómadas canoeros de la Patagonia. Una lluvia fina cae ininterrumpidamente desde hace horas y el viento helado sopla con fuerza por el laberinto de canales e islas. Entre la niebla, a lo lejos, aparecen unas figuras que poco a poco se van perfilando. Dos hombres avanzan resueltos deslizándose por el agua con sus ligeros kayak. Su fabuloso viaje será el material para "Una odisea en la Patagonia" (“Une odyssée en Patagonie”), uno de los más recomendables libros sobre la Patagonia que he leído últimamente, escrito por Inti Salas Rossenbach, y publicado en Francia en septiembre de 2013 (Éditions La Découvrance).


Bellísima fotografía en las cercanías de Puerto Natales, Patagonia occidental (fotografía: www.patagonia2009.com )

Inti Salas y Alexandre Chenet emprendieron en el invierno austral de 2009 un viaje en kayak a través de los canales, fiordos e islotes de la Patagonia chilena, en un recorrido que les llevaría en aproximadamente cien días desde Punta Arenas hasta el Golfo de Penas, pasando por Puerto Natales, Puerto Edén y Tortel. Todas los días, en su tienda de campaña, resguardado del frío y de la lluvia propios de una meteorología inclemente, Salas llena pacientemente las páginas de su diario que luego transformará en libro y que también tendrá su versión en su página web: www.patagonia2009.com. Para privilegio de sus lectores, que podemos disfrutar tranquilamente de una verdadera aventura y de los recuerdos que el autor colectiviza en forma de relato muy bien escrito.

Una travesía prodigiosa, emprendida como un gran desafío puesto que Inti y Alexandre la hicieron en sentido sur a norte, la dirección más difícil. Al final del camino, el temible Golfo de Penas, que supone el acceso al inmenso mar abierto del océano Pacífico que, en ese lugar, revela su cara mas violenta y tempestuosa. Un lugar donde las playas no son otra cosas que guijarros de piedra y roca esculpidas a golpe del violento oleaje y donde el viento frío del oeste azota bajo un cielo casi permanentemente gris. Precisamente de ahí viene el nombre original, "Peñas", que los cartógrafos ingleses convirtieron en "Penas" al carecer en su abecedario de la letra "ñ", error que se ha ido reproduciendo hasta el punto de que el Instituto Geográfico chileno lo ha terminado aceptando como nombre oficial.



Portada del libro "Une odyssée en Patagonie"
En el largo viaje a esforzado golpe de remo, Inti Salas evoca a todos los que, antes que ellos, atravesaron los mismos canales, ensenadas, istmos y archipiélagos. En primer lugar, los legendarios kawésqar, fabulosos navegantes que hicieron de este territorio tortuoso su particular paraíso. Recoge algunas de las leyendas de este gran pueblo de marinos, como aquella que establece que los kawésqar creían que los muertos residían en alta mar, en el Océano Pacífico, regresando en algunas ocasiones al mundo de los vivos. Lo hacían siempre en forma de animales, como las focas que nadaban juguetonas alrededor de sus embarcaciones y cuya caza traía mala suerte.

También habla sobre los exploradores que por aquí pasaron antes que ellos, como John Byron y su accidentado viaje por el Golfo de Penas en 1741, del que solo tres marinos regresaron a Inglaterra. Los marineros ingleses sobrevivieron gracias a los habitantes autóctonos, que oficiaron de guías y sin cuya ayuda hubieran muerto irremediablemente. O Joseph Emperaire, al arqueólogo francés que convivió varios años con los kawésqar de Puerto Edén (Jetarkte, en lengua kawésqar), legándonos valiosos testimonios sobre su cultura y costumbres.

Kawésqar en su embarcación. Fotografía tomada en 1945 por Joseph Lemperaire (Musée du Quai Branly, París)
Lugar protagonista en el libro ocupan los pescadores chilenos, prácticamente los únicos seres humanos que encontraron en su larga travesía por los canales. A día de hoy, llevan a cabo una peligrosa y dura profesión que merece el máximo reconocimiento. Marineros de excepción que, ofreciéndoles hospitalidad, invitaron a los dos jóvenes franceses a subir a bordo de sus pequeños barcos, para resguardarse de los rigores del mar, y tomar una bebida caliente. Salas escribirá sobre ellos: "Conocen cada bahía, cada brazo de mar, cada canal, cada bajofondo, cada cadena montañosa de memoria. Conocen los sistemas meteorológicos locales de cada esquina que frecuentan, qué significa la llegada de tal viento, o lo que presagia la mar según la forma en la que se agitan las olas. Conocen tan bien su inmenso hábitat que ellos mismos ya son parte de él" (P. 127).

Inti pasa con su kayak por entre los barcos de pescadores, canal Sarmiento, junio de 2009

Desde un punto de vista de la historia social, como corresponde a alguien que bautiza a su kayak con el nombre “Francisco Ascaso”, legendario luchador anarquista de la Guerra Civil española, Salas evoca la lucha de Antonio Soto y los peones rurales, en las trágicas huelgas de Santa Cruz de 1921:

"Mientras esperábamos nuestros kayaks en Punta Arenas, visitamos el cementerio. Buscábamos una placa funeraria, la de Antonio Soto. En 1921 y 1922 tuvo lugar en Patagonia una gran y larga huelga de los peones, empleados temporales de las estancias ganaderas. Los dueños de las estancias amasaban fortunas inmensas y se hacían edificar en Punta Arenas fastuosas mansiones que reinan todavía en el centro de la ciudad. Los trabajadores, chilenos en su mayoría, se sublevaron contra sus condiciones de trabajo que los confinaban al estatus de casi esclavos. Reclamaban colchones en lugar de paja amontonada, salarios mínimos, el reconocimiento de su dignidad, cosas simple y esenciales. Pero también se habían rebelado para luchar a favor de los ideales de transformación social, de solidaridad, de las utopías libertarias. Durante esta segunda huelga -la primera se había acabado con promesas no cumplidas por el estado argentino- el ejercito intervendrá y fusila a cientos de hombres. El proceso era siempre el mismo en todo los lugares: cuando el 10º regimiento de caballería, comandado por el teniente coronel Varela, llegaba donde estaban los gauchos en huelga, estos, queriendo evitar un enfrentamiento demasiado desigual con los soldados, aceptaban unas veces parlamentar y otras rendirse. Entonces los militares, traicionando su palabra, fusilaban sin ningún miramiento a los jefes enviados para parlamentar. Sin embargo, Argentina acababa de abolir la pena de muerte. A continuación llegaban los propietarios de las estancias (de los que solo un puñado se opondrá a esta salvaje manera de poner fin a la revuelta) que señalaban a los buenos obreros. Los que no habían sido reclamados por nadie, eran igualmente fusilados y enterrados apresuradamente, siendo pasto de los armadillos y los buitres" (P.105).

Tumba de Antonio Soto Canalejos en el cementerio de Punta Arenas (fotografía: www.patagonia2009.com )

Y nos narra también la historia de los pueblos autóctonos de la Patagonia y Tierra del Fuego, que vieron desaparecer violentamente su modo ancestral de vida tras la llegada de los primeros colonizadores:

"En Tierra del Fuego, una región transformada en tierras para ganadería y para la explotación minera en el siglo XIX, los Selk'nams y los Haush fueron ejecutados por los terratenientes. Los que no murieron por el plomo fueron deportados a la isla Dawson o bien sucumbieron a las nuevas enfermedades europeas (rubéola, tuberculosis, neumonía, sífilis...): de varios miles a fines del siglo XIX, solamente unos cincuenta sobrevivían en 1920. Los misioneros salesianos los remataron, con esa insoportable buena voluntad de los evangelizadores, sedentarizándolos, aculturándolos y vistiéndolos a la manera occidental (lo que invariablemente los hacía morir de enfermedad" (P. 159).

Remando en kayak por los fiordos y canales de la Patagonia (fotografía: www.patagonia2009.com )

Salas subraya la costumbre de los europeos de cubrir rápidamente la desnudez de los indígenas, proporcionándoles ropas mugrientas y rotosas, con las que son fotografiados de manera humillante. "Fotos que lamento haber visto" (P. 180), confiesa el autor refiriéndose a las planchas fotográficas de la Mission Scientifique du Cap Horn de 1882/83.

Hace también una interesante reflexión sobre las gentes que viven hoy en la parte más austral de América: "La Patagonia convierte a la mayor parte de los hombres y mujeres que allí habitan, vengan de donde vengan, en descendientes de los primeros habitantes" (P. 161).

El autor, Inti Salas Rossenbanch, en uno de los tramos, especialmente agotadores, en los que tuvieron que portear el kayak

"Una odisea en la Patagonia" es el resultado de un viaje emprendido con la voluntad de dejar atrás la civilización y en la que el autor se da cuenta, casi al final de la epopeya, que la civilización viaja con uno, profundamente anclada en nuestro interior. Ya lo dijo el poeta Constantin Cavafis: “No existen para ti otras tierras, otros mares. La ciudad irá dónde tu vayas”. En conclusión, un libro totalmente recomendable, que espera su traducción al español y su distribución por Chile, Argentina o España, y que el autor dedica valientemente

 “A LOS EXILIADOS Y DESAPARECIDOS DE LA DICTADURA DE PINOCHET Y A LOS SIN PAPELES DEL MUNDO ENTERO”