16 de julio de 2016

"Archipiélago (Tierra del Fuego)", de Ricardo Rojas

Ricardo Rojas, escritor y poeta argentino, fue quizá el intelectual que con más perspicacia analizó la situación de Tierra del Fuego desde una perspectiva contemporánea. En 1934, de enero a mayo, estuvo recluido en el penal de Ushuaia como preso político, tiempo que aprovechó para escribir sobre la realidad de la Tierra del Fuego argentina. Rojas denunció con energía el genocidio de los selk'nam, protestó contra la entrega ilimitada de tierras a un puñado de terratenientes, se quejó de las lamentables condiciones de vida de los penados y se lamentó de la inutilidad de las misiones, tanto anglicanas  como salesianas. Su libro "Archipiélago" (Editorial Südpol, 2012) es quizá la obra más lúcida sobre la historia de Tierra del Fuego y constituye un testimonio contemporáneo de los hechos de insustituible valor. Les extractamos aquí algunos de los párrafos más interesantes:

Sobre el genocidio indígena:

“Hay un gran dolor en aquella comarca argentina: el exterminio del indio, el régimen del presidio, el despilfarro de las tierras fiscales, el aislamiento geográfico, la esterilidad económica, la incuria oficial, la falta de estímulos de cultura y, como consecuencia de todo ello, la despoblación, la pobreza, la injusticia, la explotación internacional, la ausencia de la ciudadanía” (pág. 11).

“El exterminio del nativo es el punto doloroso de la historia fueguina, y de él arranca toda la iniquidad que ha sido, desde la llegada de la “civilización”, la obra del hombre blanco en esta isla trágica. Los despojaron de su tierra; los lanzaron a nuevas condiciones de vida sin ayuda alguna; los esclavizaron y enviciaron; les contagiaron inmundas pestes, y además los cazaron como si fueran animales” (pág. 87).


Dos Selk'nam prisioneros en Ushuaia, fotografía de Fernand Lahille de 1896
Sobre las misiones:

“La empresa evangélica de Bridges y de sus colaboradores en las Misiones del Beagle ha resultado estéril, porque no logró evitar la desaparición de las razas indígenas, y aun se dijera que la conversión civilizadora solo ha servido para extinguirlas. Bridges y Lawrence, en cambio, introdujeron aquí las primeras ovejas, traídas de Malvinas. La misión evangélica, en lo que tuvo de empresa espiritual y reducción salvadora para el indio fueguino, pereció sin lograr mayores frutos” (pág. 64).

“[los salesianos] hoy poseen allí varias leguas de tierra cedidas por el gobierno argentino, con miles de ovejas que esquilan los indios y que se faenan en el frigorífico anglochileno de Río Grande, del que dependen. La obra social en favor de los onas parece, en cambio, haber sido allí muy escasa” (pág. 73).


Niñas y monjas en la misión salesiana de Río Grande, fotografía de Lehmann-Nitsche, 1902

Sobre la toponimia fueguina

“En el caso de nuestra Tierra del Fuego debemos protestar nuevamente de que al indio no solo le hayan quitado su tierra los presuntos pobladores, sino de que, tras haberlo exterminado con verdadera crueldad, vayan borrando en el solar nativo los nombres de su idioma, descriptivos y eufónicos. En cuanto a designaciones más recientes, muchas obedecen a caprichos de exploradores europeos o a adulaciones palaciegas. El conjunto de la toponimia fueguina documenta los cataclismos de su historia, peores que los de su geografías” (pág. 34).

Sobre la Tierra del Fuego

“Lo que ha hecho y dejado de hacer la Argentina en cincuenta años sobre Tierra del Fuego se reduce, pues, a lo siguiente: el exterminio de una raza fuerte; el escándalo de la tierra que se le quitó al nativo; el Presidio, la rutina, el aislamiento, la despoblación, la falta de toda previsión civilizadora” (pág. 125).

“Hoy debemos desvanecer la leyenda negra, enseñando que la Isla del Fuego es rica, y una de las más hermosas del mundo, bien que contrasta con ello la obra de iniquidad que los hombres han realizado aquí desde que empezaron a gobernarla. Maldita es para los indios a quienes despojó y exterminó el invasor. Maldita es para los presidiarios que agonizan bajo un régimen anticuado y estéril. Maldita es para los peones sometidos a explotaciones sin entrañas”. (pág. 185).

“En la desventura de Tierra del Fuego han tenido más parte los hombres que la naturaleza. La leyenda negra que comenzó con Darwin subsistió por rutina o por ignorancia. Pero no todo fue ignorancia en esa perduración. Hubo también malicia. Acaso por los intereses creados de los latifundistas y explotadores de ovejas se prefirió que no viniera aquí mucha gente. Para eso convenía mantener la leyenda del clima funesto “ (pág. 204).


Prisioneros en el Penal de Ushuaia, óleo de Charles W. Furlong

Sobre el acaparamiento de tierras

“Los gobiernos han malbaratado la tierra pública para entregarla a latifundistas ausentes, verdaderos barones del Sur, con marina y moneda propias” (pág. 95).

“El vellocino está hoy en las pampas de Río Grande, donde pacen un millón de ovejas, de fina lana y carne gorda; pero a esas las faena un frigorífico local, con exclusivo provecho de sus accionistas extranjeros y de unos cuantos latifundistas felices, también ausentes. Los demás que aquí viven se resignan a ser peones, empleados del presidio o vagabundos soñadores” (pág. 145).

"Casi toda la llanura aprovechable ha sido entregada por precios irrisorios a unas pocas personas o sociedades anónimas cuyos adjudicatarios no residen en estas tierras. De los restantes lotes, muchos se atribuyen a personeros (llamados "palos blancos" en la jerga local), puestos por aquellos capitalistas. La "compañía" de tal o cual denominación encubre también a los mismos poderosos señores. La tierra aún retenida por el estado argentino es de insignificante extensión o se la considera inhabitable. Es inimaginable a qué sutilezas ha llegado la falsía en leyes, administraciones y peritajes, para el favoritismo de las tierras" (pág. 188).


Tierra del Fueo en 1917, con todas las tierras aptas para la ganadería en manos de 4 familias


Sobre la condiciones de los penados de Ushuaia:

“Salen aquellos leñadores todos los días a la madrugada para ser conducidos hasta el monte, distante tres leguas del establecimiento; viaje y trabajo que se realiza pese a la lluvia, el viento y la nieve (…) Los “leñadores” parten del presidio después de haber tomado un jarro de café negro sin pan; y sin más alimento, deben cortar leña en el monte hasta el mediodía. Al volver de la tarea matinal se les suministra el rancho y otra ración se les entrega en el presidio a las 18, al regresar de sus trabajos por la tarde” (pág. 111).

“Castigos, privación de comida o baños en la nieve, que a veces tuvieron para la víctima desenlaces funestos” (pág. 119).


Portada del libro, Editorial Südpol, 2012

12 de julio de 2016

Selk'nam, cazadores del viento


Como nómadas que eran, los selk'nam de Tierra del Fuego se desplazaban de un lugar a otro en función de la existencia de comida y de los itinerarios de los animales que cazaban. Del guanaco, su sustento principal, no desperdiciaban nada; comían su carne, usaban su piel para vestirse y otras partes del animal para confeccionar sus útiles domésticos. En sus desplazamientos, los selk'nam examinaban con atención las señales de la naturaleza y, sobre todo, estudiaban la dirección del viento que les permitía, por ejemplo, situarse en posición ventajosa antes de lanzar sus flechas. Fue precisamente su relación con la naturaleza lo que les permitió, durante miles de años, vivir armoniosamente en un entorno de clima riguroso que, para los colonizadores recién llegados, era desolado y hostil. A finales del siglo XIX, fueron perseguidos y expulsados de sus "haruwen" por los terratenientes ganaderos, sobreviviendo solamente unas decenas de personas. Como este veterano cazador, fotografiado en las cercanías de la misión de Río Grande, y que se aferra todavía a su arco. Con la dignidad intacta (14 de febrero de 2016).


Si la historia oficial se ocupó de hacer desaparecer la memoria de los pueblos originarios de la Patagonia, sus costumbres, su lengua, sus rituales, su forma de vida, la invisibilización de las mujeres indígenas fue todavía más absoluta. Sin embargo, en la sociedad selk'nam de Tierra del Fuego el papel de la mujer era extraordinariamente importante. Además de ocuparse de la crianza de los pequeños y de transmitirles las enseñanzas más valiosas, se dedicaban a la caza de roedores, como el tuco-tucu o cururo, y a la recolección de moluscos en las playas y de hongos, raíces y bayas en los bosques. De gran fuerza y complexion física, transportaban los palos y pieles para instalar la vivienda familiar, así como otros enseres domésticos necesarios para la vida diaria. Mientras, el hombre cazador se movía en pos del escurridizo guanaco. En la fotografía, tomada a principios del siglo XX, vemos a una mujer selk'nam llevando a su pequeño y cargando con la tienda (20 de mayo de 2015).


La base del mundo espiritual de los Selk'nam de Tierra del Fuego estaba formada por los elementos de la naturaleza que les rodeaba y por los cuerpos celestes que observaban por las noches. Poseían una religiosidad múltiple en la que Temáukel, el dador de vida, el origen de todo, ocupaba un lugar supremo, mientras que Kenós era el ser mitológico que repartió el mundo, entregándoles a los selk'nam la isla que habitaban. Provistos de un complejo ritual, la ceremonia que nos es más conocida era el "Hain", que escenificaba el paso de la juventud a la edad adulta y en la que los jóvenes "klokéten" recibían enseñanzas relacionadas con la historia, tradiciones y costumbres de su pueblo. Martin Gusinde, entre los meses de mayo y julio de 1923, fue capaz de captar con su cámara fotográfica la riqueza simbólica de los “espíritus” de la naturaleza e inmortalizó lo efímero de sus máscaras y pinturas corporales, con diseños lineales y geométricos de una notable potencia estética. Páhuil, Shéit, Télil, Wechùsh, Koshménk, Ulen (en la fotografía), K'ternen o Halahaches son algunos de los nombres de los espíritus selk'nam que nos hablan de la fabulosa y sorprendente riqueza cultural de este pueblo legendario (28 de febrero de 2016).


Los selk'nam de Tierra del Fuego vivieron durante siglos de manera pacífica. Para este pueblo nómada, las guerras eran desconocidas y sus armas se habían diseñado exclusivamente para la caza, nunca para matar a otros seres humanos. Sin embargo, a finales del siglo XIX fueron víctimas de una inusitada violencia, ejercida contra ellos por los terratenientes ganaderos. Sabemos que los selk'nam se defendieron valientemente, muriendo muchos de años aferrados a su arcos, que sin embargo se revelaron inútiles ante la potencia de fuego de los winchester de los empleados de las estancias. Solo hay constancia de una ocasión en la que los selk'nam salieron vencedores. El 16 de enero de 1896 cerca de San Sebastián, un grupo de hombres y mujeres se rebeló contra sus captores, que los trasladaban a la cárcel-misión salesiana de isla Dawson, matando a dos de ellos, Emilio Traslaviña y Edward Williamson. La alegría por la victoria duró poco, pues la policía argentina y los empleados de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego llevaron a cabo una sangrienta batida, que terminó con un número indeterminado de selk'nam asesinados y casi un centenar de prisioneros. Fernand Lahille, empleado del Museo de la Plata, pudo fotografiar al grupo de presos en Ushuaia. Como este joven muchacho, retratado delante de una sábana blanca como era costumbre en la fotografía antropométrica de la época, apoyado todavía en su manta de piel de guanaco, símbolo del final del modo de vida de un pueblo legendario (12 de marzo de 2016).


Desde muy pequeños, los jóvenes selk'nam se adiestraban en el empleo del arco y las flechas. La caza del guanaco era la actividad principal y requería de una gran habilidad, dado lo escurridizo de esos animales, siempre alerta y desconfiados. Ademas del alimento, el guanaco proveía a los selk’nam de su vestido y de otros elementos útiles para su vida diaria. Los arcos se fabricaban con madera de haya y las flechas llevaban en su parte final dos plumas que servían para evitar que se desviara su trayectoria. Los cazadores usaban también el "kóchil", un gorro triangular hecho de la piel del mismo animal y que les ayudaba a camuflarse. Los selk'nam era un pueblo pacífico que no tenía otras armas, lo que explica su rápido exterminio por parte de los cazadores armados de rifles. En la foto de Martin Gusinde, podemos ver a dos niños en las cercanías del lago Khami, donde se refugiaron los sobrevivientes de este pueblo milenario (24 de abril de 2016).


La etnóloga francesa Dominique Legoupil describe muy precisamente el sistema de caza del guanaco empleado por los selk’nam de Tierra del Fuego: “el cazador partía a la ventura ayudado de su conocimiento del territorio y de las costumbres de los guanacos. La fase de búsqueda era muy aleatoria y podía implicar largas marchas. En la aproximación, el cazador tenía la cabeza cubierta con un frontal de piel de guanaco cuya finalidad era tranquilizar a los animales. En el momento del tiro, dejaba caer su capa y tomaba varias flechas entre sus dientes, con el fin de recargar su arco rápidamente en caso de fallar. El tiro debía ser realizado de muy cerca, entre 20 y 30 metros, y acertar un órgano vital para evitar la huida del animal. En caso contrario, el cazador estaba obligado a una larga persecución, en la cual su perro participaba activamente, y que podía llevarle muy lejos de su campamento y forzarle a vivaquear sobre el terreno”. La introducción de las ovejas por parte de un puñado de grandes terratenientes (Menéndez, Braun, Bridges, Stubenrauch y Montes) significó la casi total aniquilación de estos cazadores legendarios, cuya población estaba estimada en 3.600 personas antes de la llegada de la colonización. Fotografía: Martin Gusinde (30 de diciembre de 2014).



3 de julio de 2016

Yaganes, dueños de los canales (2)

Charles Darwin se equivocó cuando en 1834 calificó al pueblo Yámana o Yagán como: “desdichados salvajes de talla escasa, rostro repugnante y cubierto de pintura blanca, piel sucia y grasienta, cabellos enmarañados, voz discordante y gestos violentos”. Años después el prestigioso naturalista reconoció que su juicio fue hecho a la ligera y que apenas entrevió a los yámana desde la cubierta del bergantín "Beagle", sin que tuviera ningún contacto con ellos que le permitiera formarse una correcta opinión. Y es que los yagán, el legendario pueblo nómada canoero que habitaba el laberinto de islas y canales al sur de Tierra del Fuego, se hicieron famosos por su excepcional capacidad de adaptación física a un medio riguroso con una climatología inclemente. Provistos de una talento natural para la orientación y de una visión prodigiosa, los yagán eran también excelentes pescadores y cazadores. Hasta la llegada de la “civilización” que acabó con su forma de vida, los yámana vivían en libertad absoluta y practicaban una igualdad perfecta, con una gran disposición a compartir lo que tenían con todos los que les rodeaban. Poseían una espiritualidad múltiple, inspirada por Watauineiwa, el creador, y las fuerzas de la naturaleza y en la que la ceremonia secreta de iniciación de los jóvenes ocupaba un lugar principal. En la bellísima foto, tomada en 1882 por los expedicionarios franceses, vemos a Athlinata a punto de lanzar su arpón (12 de diciembre de 2015).


La mayoría de las fotografías de los pueblos originarios de la Patagonia y Tierra del Fuego son anónimas, no sabemos nada de las personas retratadas, apenas la fecha en la que se tomó. Sin embargo, conocemos bien la historia de la muchacha yagán de la imagen. Se llamaba Kamanakar y vivía en los alrededores de bahía Orange, en la isla Hoste, en total libertad, desplazándose con su familia en sus embarcaciones de una isla a otra. Fue fotografiada en varias ocasiones a finales de 1882 por el teniente francés Edmond Payen. De gran belleza y rebosante de salud, se ganó rápidamente la admiración de los expedicionarios franceses por su inteligencia y simpatía. Sin embargo, sabemos por los escritos de Martial y Hyades que poco después fue "captada" por los misioneros anglicanos de Ushuaia y se trasladó a la misión donde, como la mayoría de los yámana asilados allí, enfermó rápidamente y murió de una terrible epidemia de sarampión. Hoy nos queda su mirada que nos llega a través del tiempo (10 de agosto de 2015).


Los yagán, el pueblo más austral de la Historia, hombres y mujeres que habitaron la zona más remota del planeta, recorriendo con sus canoas los canales e islas comprendidos entre la Tierra del Fuego y el Cabo de Hornos, casi a las puertas de la Antártida. Dedicados a la pesca y la recolección, se adaptaron prodigiosamente a un clima riguroso y vivieron durante miles de años en una sociedad igualitaria y pacífica, en la que los recursos escasos eran compartidos por todos. Antes de la llegada de los colonizadores y misioneros, su esperanza de vida estaba entre los 70 y 80 años de edad, mucho más elevada que la media europea de entonces. Ahora bien, la influencia de la “civilización” fue letal para ellos. Los yámana que se acercaban a la misión inglesa morían irremisiblemente debido a los brotes de tuberculosis y sarampión ocasionados por el hacinamiento en el que vivían y al aire viciado que respiraban. El carácter nocivo del establecimiento religioso para la salud de los indígenas ya fue advertido en la época por el doctor Hyades: “la tisis pulmonar es rara entre los fueguinos que viven al aire libre; pero es muy frecuente entre los que habitan la misión inglesa de Ushuaia, que han adquirido costumbres sedentarias y que viven encerrados”. Se calcula que hacia 1860, antes de la irrupción de exploradores y misioneros en su territorio, el pueblo yagán estaba formado por unas tres mil personas. Para 1913 quedaban menos de cien. En la bella fotografía, tomada en 1883, podemos ver a una anciana yagán con dos niñas (24 de enero de 2016).



En París se conservan algunas de las más importantes colecciones de fotografías históricas sobre la Patagonia, como la serie compuesta por centenares de instantáneas tomadas por los miembros de la Expedición francesa al Cabo de Hornos, de 1882-83. Los autores de las imágenes son los fotógrafos Jean-Louis Doze y Edmond-Joseph Payen y permiten contemplar a decenas de mujeres, hombres, niños y niñas del pueblo yagán, que vivían libremente en la región de Bahía Orange, al sur del canal Beagle. Los expedicionarios franceses también pudieron visitar la misión anglicana de Ushuaia del reverendo Thomas Bridges y constatar la perniciosa influencia que los misioneros ejercían sobre los yagán, obligándoles a cambiar sus hábitos nómadas y a vestir sus ropas, lo que a la postre resultó fatal para su modo de vida. Hoy en París he tenido el privilegio de visitar el Musée de l'Homme y el Quai Branly, donde se conserva la colección completa de fotografías. De entre todas las imágenes, destaco la identificada con el número de catálogo 2690. En ella podemos contemplar a un hombre yagán vestido con ropa europea pero que conserva en su rostro la pintura blanca propia de su pueblo. Y una mirada de inmensa tristeza que el paso del tiempo ha vuelto inmortal (21 de mayo de 2016).


El 5 de septiembre de cada año se celebra el Día Mundial de la Mujer Originaria y, para conmemorarlo, elegimos a la gran Cristina Calderón, una de las mujeres yaganes que más han influido en la memoria de su pueblo, transmitiendo su ancestral conocimiento, su lengua y sus costumbres. Tradicionalmente, los yagán habitaban los canales e islas del archipiélago fueguino, en un extenso territorio que iba desde el canal Beagle hasta el cabo de Hornos. La mujer tenía un papel protagonista en la cultura yagán puesto que, además de ocuparse de la crianza de sus hijos, era la encargada de la pesca de mariscos, esenciales para la dieta de este pueblo de cazadores-recolectores, y de conservar el fuego que llevaban permanentemente encendido en el fondo de su embarcación. Si los yagán sufrieron terriblemente con la llegada de los colonizadores, especialmente debido al cambio de hábitos que les impusieron los misioneros extranjeros, las mujeres de ese pueblo fueron las principales víctimas, sufriendo violaciones de los loberos o siendo obligadas a trabajar por los religiosos. La bella fotografía fue tomada por Grégoire Korganow en 2003, y refleja la sabiduría atesorada en ese rostro de mujer curtido por el viento incesante de la Patagonia (5 de septiembre de 2015).