16 de septiembre de 2016

Kawésqar, señores del mar (2)

Los kawésqar habitaron desde tiempos inmemoriales el laberinto de canales e islas comprendidos entre el golfo de Penas y la parte oeste de la Tierra del Fuego, en la Patagonia chilena. Este "pueblo de las canoas" estaba formado hacia 1850 por unas 4.000 mujeres, hombres y niños, reducidas a solo 300 personas medio siglo después. Autoridades, sacerdotes y latifundistas se unieron para poner fin al modo de vida ancestral de un pueblo legendario. Para entender la ideología sobre la que se sustentó este etnocidio, es interesante transcribir la opinión que sobre ellos tenía, en 1907, el Fiscal de Magallanes: "Sabido es que la misión que la congregación salesiana mantiene en la isla Dawson ha fracasado lamentablemente. Los indios al civilizarse o sea al adquirir la condición de seres humanos, no pueden subsistir, la tisis y otras enfermedades los diezman, la nostalgia de la vida puramente animal los desespera y los mata. En realidad, la única ventaja que ha traído la misión que esos frailes establecieron hace ya más de quince años es la de haber contribuido poderosamente a la casi completa extinción de las salvajes indiadas magallánicas, indiadas que según la opinión de un sociólogo eminente están formadas por los seres más ruines y miserables de la especie humana". Contra los deseos del magistrado, unos pocos kawésqar sobrevivieron, como la niña de la imagen, fotografiada en 1947 por Joseph Emperaire en Puerto Edén (7 de febrero de 2016).


Los kawésqar son un pueblo de canoeros que desde milenios han habitado los canales, islas y fiordos de la Patagonia, en un amplio territorio que va desde el Golfo de Penas hasta el estrecho de Magallanes. Se desplazaban por medio de sus embarcaciones donde llevaban un fuego permanentemente encendido, las pieles, palos y cortezas para construir la choza y los utensilios necesarios para la caza y pesca. Para su desgracia, fueron los primeros inquilinos de la misión salesiana de San Rafael en isla Dawson, adonde eran conducidos forzosamente. Los gobernadores mandaban capturar a los kawésqar que merodeaban por los canales y, en ocasiones, eran los mismos misioneros los que los recogían en su goleta María Auxiliadora. Como atestiguan los propios diarios de la misión, una vez en la isla los indígenas trataban inmediatamente de escapar, de tal modo que los religiosos se servían de los “indios mansos” para hacerles desistir de sus intentos de huida. Todos murieron en poco tiempo a causa de los estragos causados por las epidemias, cuyos mortíferos efectos se veían aumentados por la insalubridad y el hacinamiento al que eran sometidos los indígenas. La terrible fotografía, tomada por Henri Rousson en 1890, nos muestra una familia kawésqar en la misión; a la mujer y los niños les han rapado el cabello. Biblioteca Nacional de Francia (29 de agosto de 2015).


Que nadie tenga ninguna duda que los kawésqar, el legendario pueblo nómada canoero de la Patagonia, existen hoy en día y siguen siendo fieles a sus tradiciones y costumbres, conservando además intacta la memoria ancestral de sus antepasados. Los kawésqar actuales se movilizan por sus derechos, siendo capaces de plantar cara a las autoridades de Chile. Protestan por la aplicación de la Ley de Pesca, aprobada en 2012 y que beneficia a la gran industria pesquera en detrimento de los pescadores artesanales. Una Ley envuelta además en una gran polémica, ya que se investigan los supuestos pagos ilegales realizados por CORPESCA a diputados y senadores para que votaran a favor de la misma. Entre las nueve grandes familias que controlan en Chile la industria pesquera se encuentran nada menos que tres familias de bisnietos descendientes de José Menéndez, rey de la Patagonia. La historia de los abusos de los poderosos contra los más desprotegidos continúa cien años después. La bellísima fotografía de los tres niños kawésqar fue tomada por Paz Errázuriz en Puerto Edén, Jetarktétqal, en 1994. La noticia sobre los reclamos de los kawésqar en el siguiente enlace(20 de septiembre de 2015).


En 1906 Rüdolf Stubenrauch, quien fuera cónsul alemán y británico además de rico estanciero, solicitó al entonces gobernador de Magallanes, Alberto Fuentes, que mandara soldados a la zona de Ultima Esperanza con el fin de capturar a los grupos dispersos de indígenas kawésqar para conducirlos a la misión salesiana de San Rafael, en isla Dawson. Stubenrauch, que hoy tiene dedicada una calle en Punta Arenas, no ocultará la opinión que le merecían los kawésqar, un pueblo que habitó durante miles de años ese territorio antes de que llegara él: “sería tiempo que sean recogidos y traídos a la misión de los padres salesianos en la isla Dawson estos seres que son una vergüenza para la humanidad”. Por suerte Stubenrauch está ya muerto y nadie se acuerda de él, mientras que la cultura kawésqar adquiere cada vez más protagonismo en Chile y en otros países. Interesantísimo el reportaje sobre Carolina Quintul Coliboro, profesora de lengua kawésqar, y el etnolingüista Oscar Aguilera, que publica la revista "FEM Patagonia" (2 de octubre de 2015).



El 27 de marzo de 1871 un grupo de kawésqar era acusado del robo de algunas reses instaladas en Agua Fresca, al sur de Punta Arenas, por lo que el gobernador de Magallanes Oscar Viel decidió enviar una expedición de castigo. A continuación se produjo un desigual combate, puesto que los indígenas no tenían más armas que sus arpones para pescar: fueron asesinadas a balazos seis personas y capturados doce niños. El gobernador, aunque lamentó las muertes, confesará: "Avisado en momento oportuno, envié una expedición contra ellos, que logró destruirles tres canoas matando algunos de ellos". No tenemos fotografías de loskawésqar de Agua Fresca pero sí contamos con un grabado aparecido en el libro "Notes on the Natural History of the Strait of Magellan" de Robert O. Cunningham, publicado ese mismo año. Así es como vieron los marineros británicos a este pacífico pueblo, a bordo de sus dalcas donde siempre humeaba un fuego, dueños hasta entonces de los canales e islas de Magallanes (27 de marzo de 2016).


8 de septiembre de 2016

El genocidio selk'nam a través de los testimonios de la época

Antes de la llegada de los colonizadores, la población selk’nam que habitaba la Tierra del Fuego podía estimarse en alrededor de tres o cuatro mil personas. A partir de 1886, con la instalación de los terratenientes ganaderos (Menéndez, Braun, Stubenrauch y otros), este pueblo ancestral comienza a ser hostigado sin piedad hasta el extremo de que solamente sobreviven unos centenares de mujeres, hombres y niños. El sacerdote Alberto María De Agostini, uno de los mayores conocedores de la isla y que habló con los supervivientes, escribió: “El principal agente de la rápida extinción de los Onas fue la persecución despiadada y sin tregua que les hicieron los estancieros por medio de peones ovejeros, los cuales estimulados y pagados por los patronos, los cazaban sin misericordia a tiros de winchester o los envenenaban con estricnina, a punto de casi exterminarlos, hasta quedar como únicos dueños de los campos primeramente ocupados por los aborígenes. Se llegó a pagar una libra esterlina por par de oreja de indios. Al aparecer con vida algunos desorejados, se cambió la oferta: una libra por par de testículos". Un testimonio contemporáneo de la época, silenciado por la historia oficial y suficientemente revelador de cómo en aquellos años muchos ya levantaron la voz contra el genocidio. En la bella fotografía, tres mujeres selk'nam; Ángela Loij en el centro (17 de octubre de 2015).



El explorador sueco Nils Otto Gustav Nordenskjöld visitó la Tierra del Fuego en 1895. Mientras preparaba la expedición al Polo Sur, tuvo ocasión de recorrer la isla y constatar el alarmante descenso de la población selk’nam. Al respecto escribió “este insignificante resto de la raza se extinguirá pronto si no se hace nada para impedirlo. Los onas se ven perseguidos en todas partes por los colonizadores”. El explorador sueco sabía perfectamente de lo que hablaba, puesto que él mismo pudo examinar tres esqueletos de selk’nam que habían sido asesinados por empleados de la estancia Springhill, propiedad de Sara Braun y de los ingleses Wood & Waldron, con un tiro en la cabeza realizado a muy corta distancia. Se trata de un testimonio estremecedor que demuestra la falta de escrúpulos del puñado de terratenientes que se quedaron con sus tierras y para los que los habitantes originarios no eran otra cosa que una plaga a exterminar. En la fotografía, Khaushél con sus hijos (16 de abril de 2015).




En 1897 llegarán a Tierra del Fuego un grupo de expedicionarios belgas dirigidos por Adrien de Gerlache, cuyo cometido era reconocer y explorar las regiones polares. Sin embargo, antes de partir hacia la Antártida, el tiempo pasado en tierra les permitió conocer de primera mano la persecución de la que eran objeto los selk’nam. De Gerlache señaló: “la caza indiscriminada de los guanacos es un complemento, menos odioso que la caza del hombre pero no menos efectivo, de la obra de exterminio de los indios”. Entre los tripulantes de la “Belgica”, se encontraba el noruego Roald Amundsen, que en 1911 se convertiría en el primer hombre en alcanzar el polo sur, y el médico norteamericano Frederick Albert Cook, autor de esta fotografía (2 de marzo de 2015).




A finales del siglo XIX en la Tierra del Fuego, en el extremo más austral de América, muchos empleados de las estancias se convirtieron en verdaderos especialistas en la “caza de indios”, rivalizando entre sí en tan macabra actividad. Las evidencias que apuntan hacia un genocidio del pueblo selk'nam, planificado por los terratenientes dueños de las haciendas lanares y ejecutado por sus empleados, son aplastantes; cartas, informes, documentos y relatos de los que ordenaron, participaron o fueron testigos de estas brutales acciones. Como por ejemplo, la carta que en 1898 el escocés James C. Robbins, empleado de la estancia Primera Argentina, propiedad de José Menéndez, dirigió a un amigo suyo: “tenemos quince soldados aquí cuyo deber es cazar indios. Ocho de nosotros salimos de aquí una noche y viajamos al sur, pasado Punta María, con un indio que nos guía, llegamos al punto más cercano al campamento indio, dejamos los caballos y caminamos una hora y veinte minutos a través del monte y pillamos alrededor de setenta. Voy a correr el velo sobre los siguientes cinco minutos y dejarlo que suponga el resto”. Los selk'nam solamente podían defenderse con sus arcos y flechas, inútiles frente a las mortíferas balas, lo que explica que hubiera tan pocos supervivientes. En la imagen, la célebre fotografía de Alberto María de Agostini (30 de junio de 2015).



Una libra esterlina por cada oreja de selk'nam. Ese era el precio que los grandes terratenientes ganaderos de Tierra del Fuego pagaban a sus empleados para que acabaran con los habitantes originarios de la isla. Este bárbaro proceder está suficientemente documentado en multitud de testimonios de viajeros de finales del siglo XIX. Así lo asegura el geógrafo francés Paul Walle, “no hay ninguna exageración en esto porque hemos visto el regreso de estas partidas de caza”, y lo confirma Lucas Bridges que conoció a algunos de los más famosos cazadores de indios a los que, sin embargo, protege en su libro ocultando sus nombres. Según el testimonio de Federico Echeuline, hijo de madre selk’nam, "las mujeres tenían un precio mayor, libra y media por cada seno cortado", asegurándose de este modo los hacendados la eliminación de la generación selk’nam todavía por nacer. James Radbourne, que trabajó en la estancia Springhill como ovejero, nos dejó estremecedores relatos de las cacerías humanas lideradas por un hombre cruel llamado Mac Donald que “no gastaba balas en los viejos ni en las mujeres que eran dejados atrás sin defensa por los otros indios, pero saltaba de su caballo y acuchillaba a todos los que podía atrapar, viejos o jóvenes, hombres o mujeres”. Aunque el récord lo ostentaba el administrador de la estancia de José Menéndez, otro escocés, el temible Alexander Mac Lennan, apodado “chancho colorado”. No olvidemos que la despiadada persecución perseguía un único fin: arrebatarles a los selk’nam sus tierras para que un puñado de privilegiados se hicieran ricos con la explotación de las ovejas. En la fotografía, tomada por Martin Gusinde en 1923, vemos a una de las familias selk'nam que sobrevivió a las cacerías (18 de diciembre de 2015).




En 1868 el antropólogo alemán Georg Gerland publicó "Über das Aussterben der Naturvölker" (Sobre la extinción de los pueblos primitivos) donde escribía que "no existe ninguna ley natural por la cual los pueblos indígenas deban desaparecer. Si los derechos de los nativos fuesen respetados, seguirían viviendo". Gerland también desechaba la teoría que aseguraba que desaparecían por su intrínseca debilidad y concluía que "se los mata, se los destierra, se los proletiza y se destruye su estructura social" aplicando la violencia de los fuertes sobre los débiles con un único objetivo: "quedarse con su tierra". Eso fue lo que sucedió, medio siglo después, en la isla grande de Tierra del Fuego. Allí, los ganaderos terratenientes llevaron a cabo una brutal persecución contra los selk'nam, que a punto estuvo de provocar la casi total aniquilación de este pueblo legendario (9 de enero de 2015).