26 de noviembre de 2016

Jornaleros de la Patagonia

En la Patagonia, la mayoría de los peones que participaban en las tareas que más mano de obra requerían, como la esquila, eran proporcionados por los contratistas, también conocidos como “enganchadores”, que asumían el papel de intermediarios entre la sociedad ganadera y los obreros. Era el contratista quien se encargaba de reclutar, pagar y alimentar a los jornaleros, liberando a los terratenientes de tan molesta tarea. Muchos de los peones de las estancias eran chilotes reclutados directamente en Chiloé, como apunta el profesor Luis Mancilla Pérez en su libro "Los chilotes de la Patagonia rebelde": “firmaban un contrato en las oficinas de las empresas de navegación, que realizaban el servicio de cabotaje en todos los puertos de la Patagonia, y en octubre de cada año se embarcaban en Castro para viajar, encerrados cinco días en las bodegas, hasta llegar a Punta Arenas donde las comparsas de esquiladores eran transportadas a las estancias de las sociedades ganaderas”. Sus penosas condiciones de trabajo convierten a estos hombres en parte imprescindible de la historia. La imagen del esquilador es obra del genial fotógrafo Grégoire Korganow (10 de julio de 2015).


El etnólogo suizo Jean-Christian Spahni visitó en 1971 las estancias de Tierra del Fuego: “Provisto de una carta de recomendación, me dirigí a la estancia “José Menéndez” donde fui recibido por los peones que estaban con la tarea de la esquila y que parecían trabajar como esclavos. Tuve la impresión de que estos hombres vivían con miedo. El administrador, al que encontré al día siguiente, se muestra cordial pero no está por la labor de facilitar mi investigación. En realidad, me trata con distancia y solo se ofrece a enseñarme lo que yo mismo soy capaz de ver con mis propios ojos y sin la ayuda de nadie. En ese momento, sentí una impresión desagradable. Y lo que aprendí después sobre la historia de estas estancias no hizo más que confirmar mis temores”. A pesar de que José Menéndez, el rey de la Patagonia, había muerto en 1918, las condiciones de vida de los trabajadores rurales no cambiaron mucho con el paso de los años. La fotografía es de Ignacio Hochhäusler (4 de diciembre de 2014).


El profesor Luis Mancilla Pérez es el autor de "Los chilotes de la Patagonia rebelde", un libro publicado en 2012 en el que se describe el perverso sistema de explotación de los jornaleros, trasladados en barcos desde Chiloé a las estancias de la Patagonia para trabajar en la esquila, sometidos a agotadoras jornadas de trabajo, hacinados en barracones insalubres, sin médicos ni comodidades de ningún tipo y a los que se les pagaba en vales y fichas de las sociedades ganaderas en lugar de en pesos corrientes. Mancilla aclara: “firmaban un contrato en las oficinas de las empresas de navegación, que realizaban el servicio de cabotaje en todos los puertos de la Patagonia, y en octubre de cada año se embarcaban en Castro para viajar, encerrados cinco días en las bodegas, hasta llegar a Punta Arenas donde las comparsas de esquiladores eran transportadas a las estancias de las sociedades ganaderas” Las justas protestas de los peones rurales en demanda de unas dignas condiciones de trabajo terminarán en diciembre de 1921 en un verdadero baño de sangre, con cientos de obreros asesinados por el ejército argentino en medio del silencio cómplice de las autoridades de Chile, tanto civiles como religiosas, salesianos incluidos. En la imagen, esquiladores de una estancia en plena faena (28 de octubre de 2015).


En las huelgas rurales de 1921 en Santa Cruz fueron fusilados cientos de jornaleros, que se habían entregado al ejército argentino. Uno de los asesinados, el más joven, fue Ramón Pantín, un muchacho de tan solo diecisiete años de edad. Español, originario de A Coruña, su familia emigró a la Argentina huyendo de la miseria de su tierra natal, buscando una oportunidad para sus hijos. Llegaron a la Patagonia para trabajar, primero como jornaleros en Río Gallegos, después en 1913 a Calafate, siendo una de las primeras familias de pobladores, verdaderos pioneros que vivían y trabajaban en aquel lugar, haciéndolo prosperar con su esfuerzo. Cuando se produjo la revuelta de los peones rurales, que protestaban por sus terribles condiciones de trabajo, sin botiquín, cobrando en vales, con interminables jornadas de trabajo, sin posibilidad de traer a sus familias, Ramón Pantín se unió a las filas de los huelguistas. Tras la derrota de la rebelión por el ejército, Ramón fue fusilado por orden de Robert Riddell, administrador de la estancia Anita propiedad de los Menéndez-Behety. Sus restos están en una fosa común, junto a los de cientos de sus compañeros asesinados, chilenos, argentinos, españoles, alemanes, mientras que los grandes terratenientes están enterrados en fastuosos mausoleos en los cementerios de La Recoleta o Punta Arenas. Pero no importa, porque las gentes de Calafate conocen la verdadera historia y hoy el apellido Pantín es evocado con respeto y admiración, sus descendientes lo portan con orgullo e incluso la municipalidad les ha rendido homenaje poniendo el nombre de Ramón al puente de acceso al municipio y de José, otro de los hermanos, a una calle y un colegio. Gracias a Manuel Raún Pantín Rivero por conservar intacta la memoria de su familia, a Luis Milton Ibarra Philemon de la Comisión de las Huelgas de 1921 por la fotografía y al escritor Mingo Gutiérrez por contar en su blog la historia legendaria de esta huelga (7 de octubre de 2016).


En las estancias ganaderas de la Patagonia diciembre y enero son los meses de la esquila. La mano de obra necesaria para esta tarea era proporcionada generalmente por los jornaleros de Chiloé, en cuyos puertos los barcos de “La Anónima” y “La Explotadora” llenaban sus bodegas de hombres fuertes y vigorosos dispuestos para estas duras faenas. Se trataba de los denominados “peones golondrina”, esquiladores que eran contratados estacionalmente. Tras largas y extenuantes jornadas de trabajo, al concluir la esquila, se encontraban de pronto desocupados y ya no eran bienvenidos en la hacienda, que debían abandonar rápidamente. La lana procedente de las ovejas será enfardada y enviada en bruto a los mercados europeos, generalmente Gran Bretaña, donde se llevará a cabo todo el proceso industrial y manufacturero. La riqueza iba a parar exclusivamente a las familias de los terratenientes, que cobraban en libras esterlinas, mientras que pagaban a sus peones con vales y fichitas a canjear en sus propios establecimientos comerciales. Los obreros tratarán de protestar contra esta situación tan injusta, siendo acallados a sangre y fuego y pagando su osadía con la vida, en los trágicos asesinatos de diciembre de 1921 en Santa Cruz. Les recomendamos la lectura de "Los chilotes de la Patagonia rebelde", libro escrito por Luis Alberto Mancilla Pérez y publicado por Impresores y Editores Austral S.A., Chiloé, 2012. La excepcional fotografía es de Robert Van del Hilst (13 de abril de 2015).


Huyendo de la pobreza de su región natal, miles de asturianos cruzaron el océano Atlántico y se radicaron en la Patagonia, llevando una vida de trabajo, privaciones y esfuerzo. Del Corralón de Sama de Langreo era Lisardo Fernández Zapico, minero de profesión que tras residir un tiempo en Punta Arenas, Chile, se radicó en Puerto Deseado, Argentina, donde fue Jefe de la estación “Tellier” del ferrocarril Deseado-Las Heras. Después de la brutal represión de las huelgas obreras de 1921, renunció a su trabajo en la línea férrea que servía para transportar la lana de las estancias de los terratenientes y empezó desde cero una vida como granjero. Con su esfuerzo no solamente sacó adelante a su familia, sino que fue capaz de derrochar generosidad y solidaridad dando refugio a los líderes obreros que huían del ejército y la policía. Lisardo jamás tendrá una calle a su nombre ni un colegio o parque en su homenaje. Sin embargo, su peripecia vital y su gesta es evocada con respeto y admiración por sus descendientes que, a ambos lados del ancho océano, en la Patagonia y en Asturias, mantienen intacta su memoria. Desde las viejas fotografías que atesora su familia, Lisardo nos contempla, cien años más tarde, con la mirada bien alta. Sin claudicar (7 de mayo de 2015).


11 de noviembre de 2016

El genocidio selk'nam a través de los testimonios de la época (3)

El pueblo selk'nam de Tierra del Fuego fue víctima a finales del siglo XIX de un terrible genocidio. Los responsables de los asesinatos, persecuciones y deportaciones fueron los grandes terratenientes ganaderos, que se apoderaron de las tierras de los indígenas para sus explotaciones ganaderas. Entendemos por genocidio la eliminación metódica, total o parcial, de un grupo social por motivo de etnia, de religión, de raza, de política o de nacionalidad. 



Aunque hay quien asegura que se trata de un término moderno, nacido durante la II Guerra Mundial, y que su uso no puede extenderse a sucesos anteriores, la historiadora Florencia Roulet ya demostró que “la consagración jurídica de los conceptos que designan prácticas delictivas siempre es posterior a la generalización de su uso, ya que el delito precede al concepto y éste precede al tipo penal. Lo reciente del término genocidio no debe hacernos olvidar que se trata de un nuevo nombre para un crimen tan viejo como el mundo”. Ahora, historiadores chilenos exigen al estado de Chile el reconocimiento del genocidio del pueblo selk'nam, cuyos sobrevivientes supieron mantener intactas sus tradiciones y costumbres, como la ceremonia del Hain, uno de cuyos espíritus, Matan, fue fotografiado por Martin Gusinde en 1923. Si aún no ha firmado, hágalo ahora en Change (6 de mayo de 2016).



Ante la monstruosa evidencia de que miles de selk’nam de Tierra del Fuego habían sido “cazados” como animales hasta provocar su casi total exterminio a finales del siglo XIX, a los historiadores oficiales no les quedó más remedio que reconocer el genocidio. Ahora bien, Mateo Martinic, por ejemplo, enseguida se apresuró a exculpar a los dos principales latifundistas, José Menéndez y Mauricio Braun, señalando como responsables de los asesinatos exclusivamente a sus empleados: “eran hijos de su época y como tales adherían a sus ya conocidos principios éticos. Ahora bien, esta certidumbre les condujo a impartir instrucciones pertinentes cuya ejecución estaba librada a la diligencia de los administradores u otros empleados que les estaban subordinados, que al parecer no tenían grandes escrúpulos de conciencia. Y si estos cometieron excesos en su cumplimiento ¿cabía extender esta responsabilidad por hechos censurables hasta la jefatura superior? No resulta fácil aceptarlo, o al menos en cuanto a que ésta “realmente” aprobara “los procedimientos” utilizados. Pero, aunque así hubiera sido (lo que no consta), en una apreciación que requiere objetividad para ser justa cabría exculpar a Braun y Menéndez en tanto que ambos –se reitera– participaban del concepto del darwinismo social en boga y que, en definitiva, proclamaba la superioridad de la civilización (los colonizadores) sobre la barbarie (los indígenas)”. Hoy la perversa estrategia del "yo no fui, fueron mis subordinados", queda desmontada al darse a conocer la correspondencia particular y los informes internos de los latifundistas. Alexander MacLennan, el mayor "cazador de indios", actuó siempre siguiendo las órdenes de Menéndez, que le regaló un valioso reloj de oro en pago a sus años de lealtad y servicio. Alexander Cameron, el administrador de las estancias de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, que en 1898 se jactaba de que "el problema indio está solucionado", fue el hombre de confianza de Mauricio Braun, que nombró una hacienda, estancia Cameron, en su homenaje. En fin, un texto que nos debe mover a reflexión sobre la interesada escritura de la historia. En la fotografía de 1890, vemos una familia Selk'nam presa en Punta Arenas; falta el hombre que ha sido, con toda probabilidad, asesinado (3 de abril de 2016).



Merece la pena detenerse en las opiniones de Eduardo Menéndez Hume, bisnieto por partida doble de dos grandes latifundistas de la Patagonia, José Menéndez y José Montes, que ofrece su particular explicación de la casi total extinción del pueblo selk’nam de Tierra del Fuego: “Los indios, que tenían que correr como unos locos todo el día para cazar un guanaco, se dieron cuenta de que a una oveja la agarraban más fácil y les resultaba más cómodo. En algún momento seguro que hubo algún enfrentamiento aislado que les costó la vida a algunos indios. Respecto de los indios muertos por el robo de algún lanar, quiero decir que hoy, todos los días, muere un blanco, un indio o un negro por robar un pasacasete, un banco o un par de zapatillas. Sigue sucediendo pero en vez de llamarse indios se llaman ladrones”. Estas declaraciones expresadas sin rubor alguno son del año 2009. Hoy “los Menéndez” siguen cabalgando tranquilamente por sus anchos campos, mientras los descendientes selk’nam luchan por recuperar las tradiciones y costumbres de su pueblo aniquilado. En la foto de 1923 de Martin Gusinde, podemos contemplar la choza del "Hain" y un koshménk o espíritu a la izquierda de la imagen, una compleja ceremonia que nos habla de la espiritualidad del pueblo selk'nam (26 de septiembre de 2015).



La desaparición de la mayor parte de la población selk'nam que habitaba la Tierra del Fuego obligó a algunos historiadores a pergeñar las más disparatadas teorías que permitieran explicar lo sucedido. Armando Braun Menéndez, nieto de José Menéndez e hijo de Mauricio Braun, lo tenía claro: “Esta leyenda de crueldad extravagante tiene sin embargo su explicación: cada vez que varaba en tierra una ballena, acudían los onas al inesperado banquete, pero les era imposible terminarla antes de que entrara en descomposición; y sabemos el efecto de la ingestión de mariscos y peces en mal estado. Era frecuente observar al lado de los restos de una ballena cadáveres de los indígenas que, llegados tarde al festín, habían sido víctimas de su ignorante glotonería. Así lo explican varios exploradores científicos. Pero la ocasión fue campo propicio para los sembradores de patrañas”. En conclusión, según este autor, una de las razones de que los pueblos originarios de la Patagonia fueran diezmados fue comer alimentos en mal estado. En la imagen, una familia selk'nam pintada por Furlong (1 de noviembre de 2015).



Aunque nadie duda hoy sobre la participación de los empleados de José Menéndez en la persecución y matanzas del pueblo selk'nam de Tierra del Fuego, los diarios de los misioneros salesianos, vecinos de las estancias del poderoso terrateniente, constituyen una prueba irrefutable. Un ejemplo; en enero de 1897 las Hijas de María Auxiliadora escribían: “Varios empleados de la hacienda de Menéndez mataron a un grupo de hombres indios y las mujeres las condujeron a la misión: bautizamos las muchachas, ya tenemos 39 muchachas en casa y los salesianos tienen ya 42 muchachos”. Unos días después, eran los misioneros los que anotaban: “El mayordomo de los Menéndez trajo hoy a la misión 30 indios entre esos se recogieron en casa 10 niñas y 2 niños”. La costumbre era matar a los hombres, que se defendían furiosamente, y deportar a las mujeres y niños a las misiones, especialmente a isla Dawson. En la foto, niños selk'nam presos en Ushuaia, en una fotografía del mismo año (7 de noviembre de 2015).



Muy tempranamente, desde mediados del siglo XIX, un grupo de antropólogos alemanes, Theodore Waitz, Georg Gerland y Friedrich Ratzel, puso en cuestión las causas a las que las potencias coloniales europeas atribuían la desaparición de pueblos indígenas de los cuatro continentes: indolencia, guerras tribales, disminución de la fertilidad, abortos e infanticidios, canibalismo y sacrificios humanos, naturaleza inhospitalaria, etc. Bien al contrario, llegaron a la conclusión de que las verdaderas razones de la aniquilación de pueblos enteros eran el comportamiento hostil de los colonizadores, ávidos por más y más tierras, y el contagio de enfermedades. Exactamente esas fueron las razones del genocidio llevado a cabo en Tierra del Fuego contra selk’nam y yámanas, a pesar de que todavía hoy algunos autores sigan atribuyendo su desaparición a “su propia y débil naturaleza” o a “feroces conflictos intertribales”. La fotografía de los cazadores selk’nam es de Alberto de Agostini (23 de enero de 2015).








3 de noviembre de 2016

Devolución de restos humanos de los Pueblos Originarios en Patagonia y Tierra del Fuego (2)

En diez años se ha avanzado mucho en el tema de las restituciones de restos humanos de los Pueblos Originarios a sus comunidades. Desde la indiferencia de la sociedad y la resistencia inicial de las autoridades y las instituciones, donde solo la terquedad de las comunidades originarias y de grupos de estudiantes y antropólogos como los que forman el Colectivo GUIAS mantenían vivo el reclamo, hemos pasado a la colaboración de los museos y a una enorme presión social favorable a la devolución de los restos de las víctimas del genocidio ocurrido en América del Sur desde finales del siglo XIX.

Maish Kensis, yámana prisionero en el Museo de La Plata. Fuente: Bioiconografía
Un ejemplo es el apoyo que ha concitado la petición al Gobierno de Chile de restitución de estos restos, presentadas por un grupo de historiadores, diputadas, profesores, escritoras, intelectuales, y firmada por más de cuatro mil personas de una docena de países (Si no lo han hecho, pueden adherirse aquí). 

El antropólogo Daniel Badenes, del que ya publicamos un artículo escrito en 2006 con el título de TROFEOS DE GUERRA, analiza el estado actual de la cuestión, con la perspectiva que proporciona diez años de lucha y de logros. Les invitamos a su lectura.


Aletheia, volumen 6, número 12, abril 2016 ISSN 1853 - 3701

Por Daniel Badenes*

El 19 de abril se concretó en el Museo de La Plata una acción reparatoria para la comunidad Selk´nam: la restitución de los restos humanos de cuatro integrantes de esa etnia -sólo uno de ellos identificado con nombre-, que hasta ese día fueron parte de la extensa colección que la institución formó a partir de las campañas de exterminio contra los pueblos originarios desarrolladas por el Estado argentino en el último cuarto del siglo XIX.

Tras la firma de actas entre las autoridades y representantes de la comunidad se realizó un acto público. Comenzó con formalidad protocolar. Un locutor anunció las presencias destacadas y recitó el marco institucional de la restitución: el Convenio 169 OIT; la ley nacional de restitución de restos humanos (Nº 25.517, de diciembre de 2001) y la propia política debatida y definida en 2006, cuando el Museo aún tenía restos humanos en exhibición (Badenes, 2006).

En el momento de los aplausos, las palmas se mezclaron con el sonido penetrante de un instrumento de viento originario y un grito quechua-aymara de viva y acción: “Por la unidad de los pueblos, por el buen vivir, ¡jallalla!”.
Las diferentes formas de celebrar los discursos fueron la muestra de la diversidad que habitaba la sala: los miembros de la comunidad Selk´man Rafaela Ishton (que visitaban por primera vez el Museo donde sus ancestros fueron, durante más de un siglo, trofeos de guerra), representantes del Gobierno nacional (como Gustavo Peters, vicepresidente del INAI, que se retiró a poco del inicio por “cuestiones de agenda”) y de la provincia de Tierra del Fuego, autoridades universitarias, integrantes de otras comunidades indígenas, miembros de distintas divisiones del Museo, grupos de estudiantes y graduados.

Actores que han tenido y tienen distintas posiciones sobre el proceso de restituciones: quienes las impulsaron, quienes se opusieron y quienes las apoyaron tibiamente; algunos que vieron peligrar sus “objetos de estudio” y hoy acompañan estas acciones; otros que se formaron como sujetos profesionales y políticos a partir de la activación de estos reclamos; y por supuesto, quienes siempre reclamaron pero sólo recientemente pueden sentarse en primera fila y hasta son invitados a hablar, como Lorenzo Pincén, bisnieto del lonko mapuche, que el 30 de junio de 1989 presentó uno de los primeros pedidos recibidos por el MLP. Reclamaba entonces cinco restos de cinco mapuches identificados y catalogados en la “Colección Zeballos”: nunca tuvo respuesta y, hasta ahora, sólo uno de ellos fue objeto de una restitución.

La convivencia en la sala se volvió polifonía en los discursos: “las prácticas científicas y los paradigmas éticos del siglo XIX eran distintos”, “estos hermanos fueron traídos a este lugar como trofeos de guerra del Estado argentino”, “son procesos complejos”, “hay muchos ´ólogos´ que siguen haciendo masters encubriendo...”, “toma de conciencia”, “las devoluciones no se agradecen porque son una obligación”...
  
La fecha no es azarosa. El 19 de abril de 1940 se realizó el Primer Congreso Indigenista Interamericano, que dio lugar a la creación en el marco de la OEA del Instituto Indigenista. Al poco tiempo, varios países de la región convirtieron esa fecha en conmemoración: en Brasil, Getúlio Vargas estableció en 1943 el “Dia do Índio”; dos años después, en Argentina se instituyó por decreto el “Día del Aborigen Americano”.

En 1994, cuando el Museo de La Plata fue protagonista de la primera restitución ocurrida en América Latina, se eligió esa fecha: el 19 de abril se devolvieron (parcialmente, según se sabría luego) los restos del cacique mapuche Inacayal, que ahora descansan en la localidad de Tecka, provincia de Chubut.

22 años después, el mismo día es elegido para la reparación al pueblo Selk´nam. La directora del Museo, Silvia Ametrano, se encarga de señalar la coincidencia. Y sostiene que lo primero que hace un acto de estas características es “restituir la condición de persona a esos restos humanos”.

Le sigue el turno a dos miembros de la comunidad Selk´man: Leonardo Martínez Pantoja y Rubén Maldonado. Leonardo tiene 31 años: más o menos el tiempo que lleva la lucha de su comunidad por ser reconocida. En 2010 se enteró parte de esta historia y recién este año estuvo “bien empapado”, según le contó a Aletheia unas horas antes del acto, emocionado porque “los cuatro hermanos van a volver a su tierra y van a descansar como tiene que ser”. Ahora, en la sala, se dirige al público académico: “Nunca deberían haber sido llevados a otro lado para que se los manipule. Disculpen la gente del Museo, pero son mis sentimientos”.

Rubén Maldonado también dice pocas palabras. “Este es un acto que pesa y nos deja a veces mudos”. Representante de su comunidad ante el Consejo de Participación Indígena, le toca la parte de agradecer: nombra al Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, al colectivo que impulsó las restituciones (GUIAS) y a las autoridades del Museo, al que no conocía y donde encontró “mucho calor humano”.

Menciones y omisiones trazan la tensión de una política que sigue en disputa. El colectivo GUIAS aparece en la voz del dirigente Selk´nam y en la del consejero estudiantil Ignacio Bernazza, que lo reconoce como “uno de los actores que impulsan estas restituciones en el Museo de La Plata”. En los demás discursos institucionales, ese empuje no forma parte del relato. Pero hacia el final le dan la palabra a Fernando Pepe, coordinador del colectivo:

-No ha sido fácil. En el mismo 2006 empezamos a trabajar para restituir los restos de Seriot. Seriot estaba armado en un aula, con él aprendimos los que cursamos antropología biológica, a identificar restos humanos... Después pudimos resguardar sus restos hasta el día de hoy, que llegan a manos de la comunidad. -dice Pepe, que sí conoce el Museo pero la última vez que estuvo allí, dice, fue para la restitución de Damiana/Krigui, seis años antes (Badenes, 2010). -Transcurrieron diez años de lucha, diez años de conflicto y de alegría como la que estamos viviendo hoy.

Marina Sardi, representante de la División Antropología -“el lugar mismo donde las cosas hoy ocurren, tal vez el lugar más difícil para estar y para hablar”, según define-, afirma que ahora ese área “acompaña la política de restitución, aún con las dificultades que esto conlleva, con las indiferencias y las resistencias, así como con la incertidumbre sobre lo que vendrá”. Y también repone su historia:

-Así nos formamos los antropobiólogos en esta institución hace más de veinte años atrás, con una fuerte tradición de estudio sobre restos humanos como los que hoy se restituyen. Estos estudios han contribuido desde distintos lugares al desarrollo teórico de la antropología y al conocimiento de la historia humana. No obstante, y aún conociendo la historia de esas colecciones, en mis años de formación por ejemplo no había espacios académicos formales, y casi tampoco informales, para la discusión y la reflexión. Solo se trata de restos humanos, decíamos muchos, hace años. Por eso los primeros reclamos, llegados de afuera, se encontraron con una natural resistencia, instalaron sin embargo la duda e impulsaron muy paulatinamente el cambios en nuestras prácticas y en nuestras subjetividades...

Durante mucho tiempo, dice Sardi, aquellos cuerpos quedaron “separados de su vida previa, de la historia y de su vínculo con alguna comunidad viviente. En algunos casos quedaban como muestras de comunidades que supieron ser, como los Selk´nam, que hasta no hace mucho el discurso científico los asumía como una población extinta”.
  
Esa negación histórica de la comunidad Selk´nam resalta el carácter reparatorio de la restitución aprobada por la Facultad platense en 2013 y concretada ahora, después de algunas disputas en la propia comunidad que no resolvía internamente el destino de los restos.

El 3 de junio de 1999, el diario Clarín publicó un artículo que se titulaba “Tierra del Fuego: murió la última ona a los 56 años”. También otros medios informaron que había muerto la última integrante de la comunidad Selk´nam. Pero era una información equívoca.

En efecto, aquella etnia originalmente nómade -que habita la zona desde hace 11.000 años- fue diezmada por armas argentinas y chilenas que expresaban el avance ganadero, y por las enfermedades en las misiones salesianas donde fue recluida. No obstante, sus descendientes persisten, viven en la zona Tolhuin -entre Río Grande y Usuahia-, han formado una comunidad reconocida por el Estado que logró la asignación de unas 35.000 hectáreas, y han impulsado un reconocimiento identitario capaz de reclamar sus restos robados después de las feroces matanzas que sufrieron en el último cuarto del siglo XIX.

Aunque aquella nota de Clarín le daba un tenor especial, no era la primera vez que se escuchaba ese discurso, avalado por la antropóloga estadounidense Anne Chapman, que con un enfoque profundamente biologicista da por extintos a los Selk´man. Entre sus recuerdos, por ejemplo, Rubén Maldonado evoca la reforma constitucional de 1994, cuando los convencionales incluyeron en la Carta Magna, por unanimidad, el reconocimiento de la identidad étnica y cultural de los pueblos indígenas. En aquella ocasión, la convencional María Elena (Rubio de) Mingorance, del Movimiento Popular Fueguino, dijo que iba a acompañar el proyecto e iba a votar aunque en Tierra del Fuego ya no quedaban más indígenas.

Ese relato perdió vigencia con el paso de los años, con la evidencia del proceso de reetnización y los reclamos que siguieron a la nueva Constitución Nacional. En 1998, la Comunidad Indígena Rafael Ishton logró la restitución de las tierras donde actualmente viven unas 12 familias y donde fueron llevados los Selk´nam restituidos por el Museo de La Plata.

El pedido por los restos óseos de Seriot/Capelo y otros tres indígenas no identificados, iniciado en 2010 y concretado ahora, es parte de ese proceso de recuperación histórica. Y no termina ahí: la comunidad tiene conocimiento y espera la restitución de restos que están en poder de otras instituciones (Guichon, 2015).
  
Los Selk´man fueron arrasados en las últimas dos décadas del siglo XIX y las primeras del XX, cuando avanzaron proyectos ganaderos -muchos de empresarios británicos- sobre la región de Tierra del Fuego. En poco tiempo, los guanacos fueron reemplazados por ovejas, y los pueblos originarios confinados en misiones salesianas donde muy pocos sobrevivieron. La bandera de la ganadería capitalista era asumida entonces por dos Estados: el argentino y el chileno.

La Rafaela Ishton, situada en la actual provincia argentina de Tierra del Fuego, es la única comunidad Selk´man que persiste en el mundo. En Chile, donde el discurso de la “extinción” tiene valor de verdad, un grupo de académicos inició un petitorio para que el Estado reconozca ese genocidio, en paralelo a la concreción de la restituciones en La Plata (Alonso Marchante et al, 2016).

En el país trasandino el tema ya había sido objeto de un debate legislativo en 2007, cuando a partir del Informe de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas (2003), el entonces senador por Magallanes Pedro Muñoz presentó una moción para que el Estado asuma ese genocidio. Sin embargo, otros legisladores pidieron reemplazar el término de “genocidio” por “extinción” para evitar reclamos de indemnizaciones. El proyecto nunca llegó a aprobarse. El reciente petitorio impulsado por académicos recuerda el breve intercambio de palabras ocurrido durante el tratamiento en el Senado chileno:

“El señor CHADWICK.- Señor Presidente, efectivamente, como señaló el señor Secretario, aprobamos en forma unánime la erección de los memoriales, pero lo hicimos sobre la base de que se eliminaría la calificación de ´genocidio´. Por lo tanto, es preciso suprimir tal vocablo en la suma que encabeza el informe. Ese fue el acuerdo al que llegamos en la Comisión. Y sus miembros, por las señales de asentimiento que hacen, lo recuerdan.
El señor NAVARRO.- ¿Y qué fue, entonces? ¿Una abducción...?
El señor NOVOA.- No. Tuvo lugar una extinción.
El señor FREI, don Eduardo (Presidente).- Si le parece a la Sala, se acogerá la iniciativa”.

Casi diez años después, se reabre aquel debate: “las autoridades del Estado de Chile deben arbitrar las medidas para que los cuerpos profanados y exhibidos en museos, o depositados en instituciones locales, nacionales o extranjeras puedan finalmente reposar dignamente en la que fuera su tierra”, concluye el pedido (Alonso Marchante et al, 2016), mientras en Argentina los Selk´man celebran que “cuatro hermanos volvieron a su tierra”.


Referencias bibliográficas

Alonso Marchante, José Luis; Gómez Baeza, Nicolás y Harambour Ross, Alberto (2016). “Reconocer el genocidio selknam y el derecho de los muertos a descansar en Tierra del Fuego. Petición dirigida a Intendente Región de Magallanes y la Antártica Chilena Jorge Flies Añón y otros”, Chile.
Badenes, Daniel (2006). “Trofeos de guerra”, en La Pulseada, Nº 43, La Plata, septiembre.
Badenes, Daniel (2009). “Noticia de un secuestro”, en La Pulseada, Nº 74, La Plata, octubre.
Badenes, Daniel (2010). “Damiana/Krygi volvió a su tierra”, en La Pulseada, Nº 81, La Plata, julio.
Guichón, Ricardo et al (2015). “Experiencias de trabajo conjunto entre investigadores y pueblos originarios. El caso de Patagonia Austral”, en Revista argentina de antropología biológica, vol.17 Nº 2, La Plata, diciembre. 
*Graduado y docente de la Maestría en Historia y Memoria. Es profesor de Historia de los Medios en la UNLP y en la UNQ, donde dirigió la Licenciatura en Comunicación Social entre 2012 y 2016. Es editor de la revista La Pulseada. Sus últimos libros son Historia de los medios de comunicación (UVQ, 2014) y Un pasado para La Plata (EME, 2015). También fue compilador de Historia, memoria y comunicación (UNQ, 2011) y participó de diversos libros colectivos, entre ellos La voz de los lonkos (Catalonia, Chile, 2013), donde se publicó su investigación sobre los “trofeos de guerra” que conserva el Museo de La Plata.